Al campo se va ...

Cortes de la Frontera-Sierra de Líbar-Ascención Martín Gil

Iniciamos la marcha desde el instituto Andrés Pérez Serrano de Cortes de la Frontera. Abandonamos la carretera Ma-8401 y bordeando el centro, encontramos una pista que debemos seguir.


A pocos metros, encontramos esta caballeriza.


Más adelante la pista queda cortada por una cancela. Seguimos el sendero ubicado a la derecha de la misma.


Este camino confluye nuevamente con la pista anterior. Continuamos en dirección hacia la derecha.


Ahora nos dirigimos hacia el Puerto de Líbar en subida paulatina. Al fondo sierra Blanquilla.


A través de un sendero de corto recorrido llegamos a la fuente de Cortes el viejo, cuyo pilón es de gran tamaño.


Vista del pilón desde arriba.


Seguimos el sendero señalado.


Éste se caracteriza por estar empedrado. Se cree que en esta zona estuvo situada la antigua ciudad de Cortes el viejo.

Durante los siglos XI y XII a. de J. C., llegaron a lo que hoy es Cortes, expediciones fenicias, que se enfrentaron con los tartesios, a los que derrotaron, quedando asentados en esta zona y aportando numerosas prácticas agrícolas y comerciales. Pasados tres siglos, llegaron los griegos, rivales de los antiguos pobladores en cuanto a la explotación del comercio.
Pero su situación era insegura debido a que casi todas las costas cercanas se encontraban en poder de los cartagineses. La colonización griega, como en el resto de Andalucía duró poco tiempo, lo que no impidió el vigoroso impulso que dieron a la civilización en todos los órdenes. El pueblo que más huella ha dejado en Cortes es el romano, del que toma incluso su nombre, que significa baluarte o coraza. De su estancia dan testimonio los restos de templos, monumentos, estatuas, puentes y acueductos, e incluso una importante población de grandes dimensiones, Saepona, que se encuentra a unos ocho kilómetros del Cortes actual y las ruinas de Cortes el Viejo, a unos dos kilómetros, situado en una ladera de la sierra Blanquilla, desde donde se domina el curso del río Guadiaro.

Cortes y su comarca se mantuvo casi todo un siglo independiente de los reyes visigodos. Pasado este tiempo se asentaron aquí los bizantinos y donde permanecieron hasta el siglo VII, en que se hizo absoluta la autoridad visigoda. Desde las muchas alturas que rodean a la villa se puede ver el escenario en que tuvo lugar la batalla entre el ejército árabe-bereber y el visigodo en el año 711 y de la que saldrían victoriosas las tropas musulmanas.
Cortes sería, tras esta decisiva batalla uno  de los primeros pueblos en ser ocupados, estableciéndose en el  una convivencia pacífica que habría de durar más de siete siglos y que ha dejado una herencia incalculable, sobre todo en el léxico, aunque respetaron el nombre latino. Entre los hombres ilustres de la época destaca Almanzor, el victorioso, que poseía numerosas tierras en Cortes. Tras su muerte, la villa tuvo una vida agitada, pasando del reino sevillano al granadino, y hasta en alguna época al de Ronda y Algeciras. Fue conquistada el 22 de diciembre de 1248 en una campaña del rey San Fernando.
Vuelta a conquistar por los musulmanes, pasó a depender con toda su población mozárabe del reino de Granada. El marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León, hizo su entrada en Cortes en nombre de los Reyes Católicos hacia el año 1485. El emplazamiento actual es del siglo XVII, época en la que empieza a adquirir importancia la explotación del corcho, que aún hoy sigue siendo una de sus principales riquezas.

El camino acaba en el Puerto de Líbar. En este lugar, tenemos las opciones de dirigirnos a la Sierra de los Pinos, a los Llanos de Líbar o hacia la crestería de Sierra Blanquilla.


Panorámica del Peñón de Líbar.


Dejamos la pista y vamos subiendo poco a poco este collado. El camino está indicado por hitos de piedras.


La cancela queda a nuestra izquierda y seguimos ascendiendo.


Paisaje de Cortes de la Frontera, la cañada del Real Tesoro, sierra Crestelina, el Hacho de Gaucín y Jimena de la Frontera.


Próximos a la gran mole de piedra caliza, seguimos por su cara oeste (zona en sombra) unos metros en dirección al siguiente collado.


Encontramos una alambrada tumbada. Hemos alcanzado el puerto de las Arenillas.


En este lugar se encuentra una sima o sumidero que recibe el nombre de la cueva del Moro. 


 Esta es la entrada. En otros tiempos fue una mina de la que se extraía mineral de hierro.


Sierra Bermeja, Sierra Crestelina y el Hacho de Gaucín.


Curiosas formaciones en la roca caliza.


Sierras del Caillo y Peralto, El Simancón y el Reloj.


Llanos de Líbar. 


Peñón de Líbar, Pico de los Pinos, Puntal de la Raya y Salamadre.


A nuestras espaldas, vemos la crestería por donde hemos avanzado.


Enfrente dos collados más que subir. El que se encuentra detrás es el Martín Gil.


Sierra de las Nieves.


Crestería de Sierra Blanquilla.


Panorámica del Martín Gil.


Jimera de Líbar y la sierra de las Nieves al fondo.


Vista de la Sierra del Palo y Ronda.


 Apreciamos como el viento de levante, presente durante toda la jornada, ondea la dragonera del bastón de trekking.


Hito de piedras formado en el cerro de Martín Gil (1396 m). Dicho cerro carece de vértice geodésico.


Paisaje del valle del Guadiaro.


Comenzamos el descenso.



Horno de carbón o alfanje, lugar donde se elaboraba el carbón vegetal.


El oficio de carbonero es un oficio extinguido, al menos tal como lo conocíamos en tiempos pasados. Un oficio duro, que daba escasos beneficios, aunque muchas familias sin recursos buscaban en la elaboración del carbón vegetal una manera de ganar un escaso jornal en invierno. Una faena penosa y esforzada que proporcionó una forma de subsistir durante décadas  a muchas familias.

Recordamos la figura del carbonero, que tenía un aspecto fantasmagórico con su cara  y sus manos tiznadas de negro por el hollín del carbón, acompañado de un mulo que tiraba de un carro mientras él pregonaba su mercancía: ”cisco…picón…de encina, de laureles, del que calienta a mujeres”. Sin duda alguna este esforzado hombre, gozaba de nuestra simpatía, cariño y respeto.
El proceso de la elaboración del carbón en el campo era muy laborioso bajo situaciones meteorológicas adversas. El carbón vegetal se obtenía de la madera, procedente de las podas más gruesas de árboles, con  un gran poder calorífico.  Antes de cortar la leña había que limpiar las orillas de la hoya para evitar disgustos con el fuego, evitando que el viento fuerte desplazara las ramas encendidas. Posteriormente, se acarreaba la leña y las ramas de lentisco o brezo, se depositaban en la hoya y se cubrían con una capa de tierra.  Se prendía fuego y se dejaba a ras de tierra teniendo en cuenta la intensidad del fuego ya que si la cocción era demasiado rápida, el carbón se quemaba. Al finalizar el proceso, el carbón se dejaba enfriar y seguidamente se envasaba en los sacos de yute o seras de esparto. Éstos se apilaban hasta completar la carga, que después era transportada  en los burros y mulos para su posterior venta al por menor en las lúgubres carbonerías.

El carbón vegetal era  utilizado habitualmente para cocinar, para calentarse durante el riguroso invierno en las antiguas copas de cisco de picón, con sus clásicas badilas, sus auténticas “cabrillas” que salían en las piernas y su olor a sahumerio.
Hoyo de Cortes, que es una dolina, y cortijo de Edmundo.


Seguimos el camino hacia el puerto de Líbar.


Segundo hoyo de Cortes y carril que conduce hacia la Sierra de los Pinos.


Majano en el Puerto de Líbar indicando diferentes caminos.


Pista y sendero de Líbar.



Cortes de la Frontera.


Mapa: Sierra Blanquilla-Martín Gil.


 

¡Hasta pronto patas! Buen camino.

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